domingo, 14 de agosto de 2011

“RAZONES PARA MI PRIMER CAMINO”



Caminante no hay camino, se hace camino al andar...Así de tajante y realista es el poeta. Me gusta el verbo “andar”. Quien se niega a vivir anclado a cualquier lugar no tiene otro remedio que ejercitarse recorriendo el camino con la curiosidad de saber qué hay más allá del horizonte. La historia está plagada de caminantes incansables, cuya conciencia no les dejó nunca acomodarse, desecharon la mediocridad y su mirada fue tan amplia que no dejaron espacio alguno a la cobardía ni al desánimo.

Peregrinos de ayer, de hoy y de siempre. Tal vez esa sea nuestra única y más profunda vocación. Con el equipaje detrás de la puerta por si hay que emprender camino, para no perder el tiempo. Los pies dispuestos para enamorarse de la tierra que pisan con sus luces y sombras. En busca de una meta que merezca realmente la pena, dejando si es preciso jirones de vida por ella. Comenzar una aventura apasionante, con el riesgo de saborear la sal junto con la miel al caer la tarde. Arriesgarse conlleva una mezcla de incertidumbre y esperanza, una duda junto con un sueño, una zancadilla pero al mismo tiempo una mano amiga.

Mientras escribo busco razones para emprender mi primer camino. Soy de los que piensan que las cosas se tienen que hacer por convicción, en coherencia y sabiendo motivos. Llevo en mi vida la experiencia de corretear veredas que sólo trajeron vacío, desgana y mentira. Hasta que un día me hablaron de alguien que dejó huellas marcadas a fuego en el corazón de quienes lo vivieron. Era un peregrino de palabras auténticas, de sonrisas libres, de manos abiertas... mensajero de una buena noticia, sembrador de paz y de armonía. Me hizo abandonar mis veredas y comenzó a ser mi Camino. Un tal Jesús de Nazaret cambió la historia, enderezó mi vida. Desde entonces todo es nuevo, como lo es mi prime Rocío.

La novedad trae la inquietud ante lo desconocido. Soy un poco de todas partes, pero ahora estoy aquí. Luchando, trabajando, sufriendo, esperando, soñando con cada jerezano. Seré un peregrino más en busca de una aldea donde hay una Madre que desea ofrecerme el gran regalo que lleva en sus manos, su propio Hijo. Desde que llegué a esta tierra tenía la sensación que alguien me esperaba, para recogerme en su regazo y susurrarme al oído que no estaba solo. Nunca se podrá describir la seguridad que ofrece la mirada de una madre. Todo fue demasiado rápido. Sus ojos me hicieron peregrino de a pie sin haber hecho aún el camino.

Voy a hacer el camino con la confianza de quien se siente agradecido. Uniré mis pasos a las huellas del simpecado porque mi fe así lo vive. Será un camino nuevo, diferente cada día, porque la vida es una peregrinación diaria hacia la ermita. Caminar con quienes necesitan compañía sin pedir nada a cambio sino sentirse queridos. Descubrir el sentir del creyente a cada recodo, al caer la tarde compartiendo el pan y el vino. Limpiar las lágrimas furtivas de cualquier rostro que aún es capaz de expresar sentimientos cuando se lleva ocultarlos y reprimirlos. Voy a hacer el camino porque quiero amordazar los prejuicios y apostar por la fe de un pueblo que canta a su madre del Rocío. Necesito estar codo con codo disfrutando con mis hermanos la creencia grande de un Dios hecho hombre y de esa Blanca Paloma que anidó en las marismas.

Y cada paso será una oración al cielo del coto para que las estrellas sepan que aún en la noche la luz se llama Rocío, un piropo de esperanza, una plegaria, una sola voz, un solo corazón en continua acción de gracias. Me bautizaré con el firme propósito de ser coherente con lo que creo. Nunca diré soy rociero, sino más bien, estoy en camino de serlo. Porque es fácil ser rociero nueve días, lo difícil pero lo más hermoso es serlo el año entero.

Mis huellas sellarán el compromiso y la medalla en mi pecho será testigo fiel de mis razones para ir a verla. Llevaré conmigo la alegría de los niños, pero también su llanto, su dolor, su hambre, su abandono... Llevaré la rebeldía de los jóvenes porque no creo que la juventud esté perdida, irán conmigo los jóvenes que desean ser ellos mismos y también los que dicen que pasan, algún día retomarán el buen camino. Llevaré el convivir diario de las familias con sus agobios, sus prisas, con esa constante lucha por encontrar el diálogo, la paz, la casa junta. Llevaré también las manos llenas de experiencia de los mayores, de quienes se sienten un estorbo en esta sociedad utilitarista, creo que deben saber que sus sacrificios no han sido en vano y que les estaremos eternamente agradecidos. Conmigo llevaré todos los lamentos de las guerras y abrazaré la ausencia de muchos desde aquel 11 de marzo. No me olvidaré de las heridas silenciosas de mujeres inocentes. Por último irán unidos a mí todos los jerezanos anónimos con sus alegrías, tristezas y esperanzas, tanto los que comprenden el camino como aquellos que se han quedado en la imagen cruel de un Rocío de revista del corazón o en el mal ejemplo de aquellos que han equivocado el camino.

Caminaré con la ilusión puesta en encontrarme con el Pastorcillo Divino, con la sonrisa de su Madre que sabe a marisma, a arenas y olivos. Dejaré a sus pies mi carga y le diré que me siento orgulloso de llevarla. Mi primer camino será el de todos aquellos que se han cansado, han tirado la toalla, viven abandonados a la vera del camino sin fuerzas, esperando que alguien se apiade y vuelva a ser cirineo para cargar la cruz de los desheredados del mundo. Presentaré lo que soy y lo que tengo, mis debilidades y virtudes, para que siga siendo faro de guía. Le daré gracias por mi Hermandad de Jerez, por cada tarde de lunes cuando entorno a una misma mesa volvemos a escuchar de los labios de la Blanca Paloma “haced lo que Él os diga”.

Al atardecer cantaré para mis adentros aquella sevillana que enmarcará para siempre mi primer camino: “Parece que ríe... parece que canta... parece que llora... parece que mira... Por ti Andalucía el lunes pierde el sentío, Paloma del alma mía, Rocío, Rocío, ay, ay”. Luego regresaré de nuevo al camino jerezano que huele a albariza, a vinos de solera, a galopar de caballos cartujanos, a bulería. Ese que es el pan nuestro de cada día, el que a luz a la auténtica vida de hermandad, porque irremediablemente tendremos que ser nosotros mismos sin tapujos. Volver con los pies cansados pero llenos de vida, deseosos de no parar nunca mientras haya razones para hacer camino.

Cuando duerman los caminos seguiré despierto, para que nunca caiga en el olvido un Simpecao que lleva el amor del rociero jerezano hecho racimo de uvas en los sarmientos de antaño. Cada mañana volveré para hacer camino con quienes piensan que aún motivos para seguir adelante con la cabeza alta, que el hombre no fue hecho para el pesimismo y la desesperanza. Al pasar por tu azulejo señalaré en mi frente la señal de un cristiano y sin prisas pero sin pausas seré peregrino diario de quien llevas en tus manos, Rocío, Señora y Reina que en Santo Domingo tienes una hermandad solidaria, porque de un tiempo a esta parte tu altar se hace comedor benéfico, albergue de rostros que piden sin olvidar dar las gracias. Ven conmigo, Madre, para que nunca me olvide que se hace camino al andar, que el andar es de cristianos y del rociero más. No dejes, Blanca Paloma, que me pueda olvidar de la razón más importante por la que voy a caminar: tu Hijo que es el Camino, la Vida y la Verdad.

¡Viva la Virgen del Rocío!
¡Viva el Pastorcito Divino!
¡Viva la Hermandad de Jerez!
¡Viva esa Blanca Paloma!

sábado, 13 de agosto de 2011

NUEVO TERNO DE NTRA. SRA. DEL ROCIO ESTRENADO EN LA ROMERIA








EVOCACION DE VIEJOS PERSONAJES ROCIEROS



Por Antonio de León y Manjón
ABC 26 mayo 1985


El Rocío, y todo lo que de él mana y fluye, es tan extenso, de tan infinitos matices y luengas proyecciones que resulta imposible encasillarlo en un artículo, tenemos obligatoriamente que circunscribirnos a los detalles, que cada cual como puede recoge, de ese mar rociero espléndido, alegre y devoto.

Juan Infante, el más amoroso erudito del Rocío, me lo decía: “Cada día descubro algo inédito en la historia del Rocío; es inconmensurable lo que genera la singular devoción a la Virgen”. Y si esto lo dice el cronista de más amplios vuelos, autor de cientos de artículos y del libro más exhaustivo sobre el tema ¿qué podemos decir los demás?.

Dante después de describir los horrores y las penas que pasaban los condenados en el purgatorio y en el infierno, al contemplar la gloria de Dios, apretó los dedos de la bella Beatriz y dijo: “Aquí me faltó la fuerza para levantar las alas de la inspirada fantasía, porque a mi voluntad y a mi deseo no le eran posible contemplar tal magnificencia sin cegar”.

Juan Ramón, el altísimo poeta, un día exclama: “No sé con qué decirlo, porque aún no está hecha mi palabra”.

Nosotros los andaluces tenemos frases que sin definir lo indefinible, lo que nos deslumbra, sorprende, y anonada lo intentan, y sin salirnos por la tangente las largamos con sencillez y profundidad, como una limpia media verónica que deja al toro en el centro del albero, atónito, por haber perdido de pronto el percal.

Y como no puedo describir lo indescriptible, como es la gloria de la Virgen en procesión, voy a hablaros de algunos detalles humanos e inefables que he vivido en la romería, con esos amigos almonteños que la Virgen puso en mi camino para mi bien y mi alegría.

“CABAYERO”

La primera vez que peregriné al Rocío fui de mayordomo de la Hermandad de Sanlúcar con las responsabilidades inherentes al cargo. Como no conocía nada en lo referente a la romería, pedí a un viejo rociero –viejo rociero por las veces que había ido, no por la edad que era Cayetano Bustillo-, que me ilustrase, a lo cual accedió gustoso: “Tú siempre detrás, recogiendo y amparando a todos los romeros, que nadie se quede en el camino; en la casa de la Hermandad tienes un cuarto para ti solo, esto del Rocío es muy difícil, pero tienes que hacerlo...”

Entonces pasaban el río una docena escasa de caballos y unos veinte burritos salieron con los serones de esparto, de los que sobresalía el costo algaideño y frutal de los tomates, ristras de ajos, patatas tempranas, lechugas, botellas de aceite y las verdes damajuanas con el sobretablas casi hirviendo en su interior.

En el Palacio nos comieron los mosquitos y sin pegar un ojo porque un tamboril –“la noche que me dio”- no dejó de tocar.

El Rocío en aquel entonces era virginal, el aire transparente, la madre se perdía entre la junquera, unos pocos caballistas galopaban sin apenas levantar polvo, olía a romero, a eucaliptus recién cortado, a almoradux, a tomillo, brillaba como una bandeja de plata la Canaliega, la deliciosa ermita con el artesonado mudéjar y el altar barroco, el camarín repujado, azulejos, esbelta vidriera, el oro cantando entres fustes adornos y volutas.

Hacia la una de la mañana me encaminé hacia la Hermandad, en busca de la cama prometida, aterido de frío y de cansancio por la larga caminata.

Al abrir la puerta encontré tendido cual largo era, con las botas puestas y la cabeza debajo de la almohada, en mi cama, a un desconocido. “¿Quién es?”, pregunté a uno que se había despertado. Es “Cabayero”, una institución en el Rocío, cuando quitaron el azulejo de la Virgen que estaba en el Ayuntamiento; él levantó al pueblo para exigirle a los mandatarios una reparación por aquel ultraje, y hasta trajeron a la Virgen a Almonte para desagraviarla.

Así conocí a “Cabayero”, el pelo rapado, la cara angulosa, la camisa sin cuello, los pantalones de gruesa pana, la chaqueta gris y descolorida, el pañuelo marrón cernadole la frente...

Nos hicimos amigos, había conocido a mi padre y hablaba de él con veneración y cariño. Me contó muchas cosas del Rocío, con su lenguaje entre andaluz y bereber, de cuando la trasladaron a Almonte bajo la lluvia torrencial y se pararon en el centro del arroyo, que casi era un río por el agua que llevaba, y le rezaron una salve, de la fe y el valor de sus paisanos los almonteños, de las Hermandades que llegaban al Rocío con muy pocos jinetes y menos carretas, de cuando llegó por primera la de Jerez al Rocío, con la bota del caballo sobre un carro y una estera de esparto mojada encima, para que no se calentara el vino. Andaba encorvado, apoyándose en un bastón de acebuche, bamboleando el corpachón como un navío azotado por la tempestad.

Desde el asilo de Huelva, con una letra limpia y segura, me escribió muchas cartas que conservo; en la última, meses antes de que la Virgen se lo llevara a sus marismas azules, me decía: “Me duelen las entrañas y los huesos, pero Ella me aliviará para que vaya a verla en su fiesta”

ANTONIO EL PITERO

Un día me presentó a Antonio el Pitero, sin apellidos, era Antonio el Pitero, y eso bastaba. Le había tocado a Alfonso XIII unas sevillanas en un pabellón de la Exposición de Sevilla y una vez se negó a hacerlo en una casa, alegando que “allí no había casta rociera”. Era mediano de estatura, aguados los ojos por la vejez, los dedos finos y saltándoles las venas, como culebras azules en el reverso de las manos. Daba gloria oírlo tocar la flauta mientras acompasaba el sonido del tamboril, con una cadencia suave intrascendente, distando mucho de esos atronadores y molestos de algunos “tíos del tambor de las actuales romerías”.

El oficio de pitero lo había aprendido lentamente, lo mismo en los días duros de invierno, después del trabajo sentado en la silla de anea en la choza con el techo charolado por el humo, como en los calurosos días del verano entre armajos y lentiscos por donde corren acobardados los lagartos. Primero las sevillanas y luego los martinetes, es muy probable que el secreto del soplo se los transmitiera uno de esos viejos campesinos andaluces, sabios como padres de la Iglesia, leñadores que recorren las veredas con su burrita llena de pelos y de años, su hacha mellada y corta y el sombrero cordobés desteñido y sucio, que duermen como Jacob en cualquier calvero del monte.

Cuando Antonio tocaba se hacía el silencio, y hasta las parejas paraban los pies para que el sonido celestialmente rociero de su flauta y tamboril llegara hasta los últimos rincones de la Aldea.

EL PITITO Y OTROS

En una traslado conocí al Pitito, “aprieta los riñones y pártete el alma levantando el paso”. Su nombre es Martín Jiménez, y el debe el mote a la singular manera que tiene de reírse, como el canto intermitente de un turpial. Posee un puesto en la plaza, es pescadero, y una burra que se llama Patricia, que conoce de memoria los escalones de muchas tabernas, y sobre todo lo que Pitito tiene es un corazón como “la parroquia”. Es alegre y simpático como nadie. “Ser amigo de Martín es ser amigo de Almonte”, me aseguraba el hermano Joaquín, otro almonteño de primera, entregado de por vida a hacer el bien a los demás, como lo demuestra el Pastorcito Divino alzado en la mitad de la carretera de Almonte al Rocío, donde se conjuga el verbo amar a toda hora. Curro Endrina, con las manos endurecidas por muchas podas y recastras, que entona a la perfección esos fandangos antiguos que hoy son difíciles de oír.

Rosendo, sentencioso y prudente como un filósofo estoico, y el recuerdo de Curro Corona, con la casa junto a la ermita abierta de par en par para todos. Sentado como un patriarca bíblico en su verde mecedora almonteña, carismático y sereno poseía esa ancestral sabiduría campesina, honrada y plena, transmitiéndola con sencillez a todos los que querían escucharlo. Pariente cercano de Anita Valladolid, recordaba todo lo concerniente al Rocío casi de dos generaciones. Era delicioso oírle contar las anécdotas mientras llegaba “Palacio” –que más que conductor de camiones es un auriga de la devoción- para avisarnos que la Virgen se acercaba. Y tantos otros, como José M. Reales, Ángel de la Serna...

“Yo ya no puedo acercarme a las andas, pero ahí están mis hijos”, me decía Curro, frase que contiene todo ese río caudaloso de emotividad que continuará corriendo por los siglos de los siglos, transmitiéndose de padres a hijos en toda su integridad.

Porque entre el forcejeo, el desgarramiento, el aparente maltrato, el sudor, el paroxismo, el grito, la emoción, el fervor, el pisotón y el abrazo y la noble rudeza existe algo tan tierno y suplicante, tan devocional y verdadero, que hace vibrar las cuerdas del alma a quienes sienten el Rocío.

Es muy difícil hacer entender esta verdad a los que no quieren entenderla, sólo con el amor fuera de toda medida es posible comprenderlo.

Antonio DE LEON Y MANJON

EL VESTIDO DE LA VIRGEN DEL ROCÍO


Los últimos años del siglo XVI inician el momento decisivo en el proceso de evolución de la devoción rociera, hasta llenarse de un profundo contenido Mariológico y de espiritualidad. El primer paso en ese proceso evolutivo es la transformación de la imagen de la Virgen de las Rocinas para ser vestida tal como hoy, con ligeras variantes, la vemos y veneramos.
La imagen gótica de la Virgen, cambiados las ideas y gustos, no "decía" ya nada a los fieles, no respondía a los nuevos matices del concepto teológico y espiritual de la Iglesia, no era ya expresión de la función atribuida a la Madre de Dios, dentro de la nueva concepción de la vida cristiana en aquel período post-conciliar tridentino, momento de revisión de criterios y valores.
Por esto, la transformación de la imagen de Santa María de las Rocinas no es un caso aislado. En 1599 la Reina Doña Margarita de Austria, esposa de Felipe III, ofrendó a la Virgen de Guadalupe el rico vestido que había llevado en su boda, celebrada el mismo año en Valencia. Más próxima a nosotros en el espacio, pudiéramos citar la Virgen de Gracia, Patrona de Carmona; y en la misma Sevilla, entre otras innumerables, Nuestra Señora de la Hiniesta, Patrona de la Ciudad, y la Virgen de la Merced, también gótica, hoy venerada en el convento mercedario de la Asunción; y... hasta la Inmaculada de Montañés, de la Catedral, al filo del segundo tercio del XVII -1631- fue también vestida de ricas telas.
A Santa María de las Rocinas se la viste, pues, con traje de gran dama, a la moda española de fines del siglo XVI y principios del XVII.
Basándonos en el testamento de Dª Magdalena de Almonte, podemos afirmar que en 1631 ya se vestía con seguridad a la Virgen de las Rocinas, toda vez que en el mismo deja "a la ermita de nuestra señora de la rocina, en el camino de la villa de Almonte, una basquiña de damasco despiezada que yo tengo". (10 de Diciembre de 1631. A.P.S.leg. 2561, folios 801-804)

La moda femenina española de fines del siglo XVI y primeros años del XVII imponía un vestido de línea muy sencilla, graciosa y elegante; componíase de la basquiña, o, como la llama el famoso sastre de fines del siglo XVI, Juan de Alcega, cuerpo bajo, que era una falda acampanada, de amplísimo vuelo, cortada por la misma traza del manteo, llamada también con nombre muy gráfico, falda o basquiña de alcuza. Según la moda y el gusto de entonces, la basquiña no debía tener el más pequeño pliegue ni arruga; para conseguir esta lisura y rigidez no bastaba la consistencia del grueso brocado de que generalmente se confeccionaban estas prendas, para ello se ideó el verdugado, que era a modo de armazón de aros de forma cónica para ahuecar y mantener tensa la basquiña.

El busto se cubría con el jubón o corpiño, de cerrado escote y alto cuello, terminado con gorguera de finos encajes. Las mangas del jubón, ajustadas al brazo, se adornan de franjas transversales de pasamanería y llevaban puños o vuelillos del mismo encaje o puntilla de la gorguera. Sobre las del jubón se llevaba otras mangas, amplísimas, de las llamadas de punta o perdidas, que llegaban al filo mismo de la falda; forradas de gorgorán o de restaño, eran abiertas, y, prendidas en un punto, dejaban ver por su abertura, las mangas del jubón.

Estos ricos vestidos se hacían casi siempre en brocado; usábanse alguna que otra vez el damasco y el terciopelo en sus diversas clases, sobre todo el terciopelo abofellado. Famosos eran por su belleza y su perfección de tejido los brocados de Toledo y Sevilla; los cuales, a pesar de los adelantos técnicos, no ha sido posible conseguir la belleza y perfección de los brocados de las antiguas fábricas de Sevilla y Toledo.
La riqueza misma de las telas empleadas y también la sobriedad del gusto español hacían que el vestido, ya suntuoso por el briscado del tejido, no se recargase de bordados. La basquiña solía llevar como único adorno una franja central, a modo de ancho orofrés, que desde la cintura bajaba a partirse en dos, a uno y a otro lado, por el borde de la falda. El cuerpo o corpiño si se adornaba con bordados de gran realce, frecuentemente enriquecido de perlas y cuentas de coral y hasta de joyeles de pedrería. Ofrecen estos vestidos detalles de exquisito gusto estético, como esa serie de lazos, que, simétricamente colocados, simulan cerrar por su centro la basquiña.
Al vestir así a la Virgen de las Rocinas, el traje sufre pocas modificaciones. La gorguera, que de por si, según la moda, se alzaba bastante por la nuca, se prolonga y se adapta a la cabeza de la imagen en forma de cofia, con puntilla de encaje rodeando el rostro. Sobre la cofia se le pone un velo, el velo de las vírgenes, de tanto simbolismo y de tanta tradición en la Iglesia. El manto se le ponía, no como ahora cubriendo la cabeza, sino prendido en los hombros. La ráfaga es de uso algo posterior.
Desde entonces, el vestido de la Virgen del Rocío ha evolucionado algo, pero sin perder su línea y traza primitivas, y perfeccionando su adaptación, ganando en belleza y realzando los valores iconográficos de la imagen. A través de antiguas pinturas, grabados y algún que otro azulejo, podemos seguir, paso a paso, la evolución del vestido y de todo el atavío de la Virgen a lo largo de los tres siglos y medio transcurridos.
El vuelillo de encajes que rodea el rostro no tomó la forma definitiva del rostrillo hasta el último tercio del siglo XIX; los primeros fueron de puntilla de seda y oro; ganando con el tiempo en riqueza, luego se confeccionaron de tisú y bordados en oro, con alguna pedrería; el rostrillo llega a su forma definitiva al hacerse el actual, de metales preciosos y pedrería, sobrantes de la corona de oro con que fue coronada la venerada imagen en 1919.

Las amplias mangas de punta las conservó el vestido de la Virgen, con varios corte y estilo, hasta el último tercio del siglo XIX. Entonces, con otros gustos y perdida la memoria y traza del traje primitivo, las mangas de punta vinieronse a convertir en el actual mantolín.
Muy importante ha sido la evolución, a través del tiempo y de los estilos artísticos, del bordado en la saya o basquiña de la Virgen. Ya hemos visto que en los vestidos de fines del siglo XVI y principios del XVII la falda lleva como único adorno una gran franja central, que luego se reparte por el filo inferior de la misma. En el siglo XVIII conserva esa misma distribución decorativa de los espacios, pero conseguida con elementos propios del rococó. En el último tercio del XIX, el bordado de la saya toma un nuevo estilo, nuevo ritmo; brotados de un tallo-eje, roleos con hojarasca y flores estilizadas, se mueven llenando toda la falda. Dentro de este mismo estilo se ha mantenido el bordado de los vestidos posteriores.

El bordado del vestido ha influido en la visión y belleza de la imagen; la figura de la Virgen del Rocío está llena de empaque señoril, aumentada su rigidez por la rica y suntuosa mandorla. Con este nuevo estilo, las ágiles curvas del bordado equilibran un tanto la dureza de líneas. La imagen, desde un punto de vista estético, ha llegado a un perfecto equilibrio de masas, figura y color, todo de una insuperable valoración iconográfica mariológica.





 

EXTRAÑANDOTE EN LA DISTANCIA

 
Hoy no tengo otra cosa que hacer que pedirte perdón. Perdón por que no estoy cumpliendo nada de aquello que un dia escribí en esa mi primera carta. Esa en la que te decía que procuraría no inquietarte por las dificultades de su vida, por sus altibajos, esa Madre, esa carta que tantas veces leo y que luego no traslado a mi vida, a mi dia a dia...

Se que las cosas nos las pones en el camino para que nos demos cuenta de otras y que yo también complico mi camino de vez en cuando, diría que la mayoría de las veces por no decir siempre pero... es muy duro el camino, tan duro, que a veces, esas palabras que escuche de ti, se me olvidan por momentos y en el sendero de mi vida caigo donde siempre, con la misma piedra y me preocupo por las mismas preguntas que me has escuchado un ciento de veces... ¿Por qué? ¿Por qué Madre?.

Sabes todo a lo que me refiero, porque todo lo sabes de mi, todo eso lo sabes Tu y solo Tu, por que es a ti a la única a la que tengo el valor de contárselo y no puedo engañar por mucho que lo intente. Eres la única, que me da la valentía para que lo suelte todo y por ello la única que recibe mis riñas y mis enojos... A lo mejor si lo hablara tendrías menos desvelos por mi, por que se que los tienes, pero ya sabes Madre, todo lo que sucedió y el miedo que siento por eso...

Hay veces en las que pienso que posees una llave y abres los corazones y en este caso el mío, cada vez que se te antoja y que solo tu sabes hacerlo. Solo Tu y aunque me enfade, haces como Tomas, metes el dedo en la llaga, en mi llaga...la cual creo que es cada dia mas grande y profunda.

Por eso, llevo un tiempo en el intento de buscar una respuesta y siempre recibo la misma, desde aquella noche del trece de octubre, siempre llegan a mi mente las mismas frases, aquellas que dijiste por mi y solo a mi “No esperes a que yo actué mañana. Ya estoy actuando hoy y ahora en ti. Mi camino te mostrara la verdadera luz. No tengas miedo y confía en mi”, la cual aun no acabo de entender y eso Madre, es lo que mas anhelo...  Por supuesto que confío en ti, pero Madre ¿que luz me pides que busques...? ¿qué luz es la que no encuentro, por mucho que mire las estrellas cada noche?¿qué luz es aquella a la que llamas verdadera?¿Cuál es el camino del que me hablas Madre mía? ¿cuál?...¿dónde lo busco Señora...?

Bien sabes que amo al Pastorcito, por encima de todas las cosas, pero ese no creo que sea el camino por el que aquella noche me despabilaste la mente...Aunque tenga mucho que aprender de El aun, creo que te refieres a otro, que es otro el camino que me indicas, que es otra la senda que quieres que recorra. Si por mi fuera quisiera  una respuesta tuya ahora mismo, pero como muchas veces me dicen, “despacito, despacito...que al final te caes” y será así Madre, estará otra vez la misma piedra y ¡plooff!, al suelo de nuevo y vuelta a levantarme.

Desde aquí, a más de doscientos kilómetros, siento tu manto, ese que llaman de los Apóstoles, que me cubre y que me protege, pero yo nada..., vuelta a empezar con lo mismo, con la misma pataleta de siempre...me salgo para afuera y vuelta para adentro...y luego no me recriminas nada, sino que esperas impaciente a que vuelva a entrar para abrigarme como a todos tus hijos y me recoges con los brazos abiertos. Como siempre estarás en cualquier sitio, no importa donde ni tampoco la hora y se volverán a clavar tus ojos en mis entrañas y todo lo abre olvidado, pero siento que te estoy haciendo daño, siento que te duele todo esto que ahora estoy escribiendo, como si te lo estuviera gritando a las plantas de la reja de tu ermita. Si lo hago, puede que me quede mas tranquilo, puede que mi mente busque la respuesta a tus palabras...o a lo mejor, puede que me arrepienta por siempre, no lo se Madre, la verdad es que no tengo ni idea...

Madre perdóname, por no entender tus palabras. Perdóname por no ser como debería de ser y calcinarme tanto la cabeza con ese sinfín de cosas...perdóname Madre, ya te lo dije antes, no cumplí lo de mi primera carta. Perdóname Madre, sabes que soy débil y que sin ti, mi vida no tendría sentido y que pasan los días y en lo único que encuentro sentido es en tu cara, de la cual, cada dia estoy mas necesitado por lo mucho que te quiero...

Si hago esto, es por que me gustaría que cuando hablaras de mi con el Pastorcito cada noche, no le hablaras de tus preocupaciones por mi alma sino que fuera de mi felicidad y de las muchas veces que te doy las gracias a diario por darme un dia más para estar a vuestro lado, por que aun estando a miles de kilómetros de vosotros, sentiría que estoy a vuestro lado..

Madre, veo como caminamos por el desierto en el que se ha convertido mi vida, en el cual se van marcando las huellas de nuestro caminar de todos estos días en los que me siento ausente y sin ánimos ningunos para seguir adelante. Necesito perder mis huellas de ese desierto… necesito, que solo se vean las tuyas, sabiendo que eres tú la que me llevas en brazos como llevas al Pastorcito. Necesito de tu calor maternal y de ti para que mi mente deje de estar vagando por estas páginas en blanco como un vagabundo que no tiene donde ir. Necesito dejar de sentirme vacio, ausente… pero por mucho que lo pienso no encuentro al sol en el horizonte marcando el atardecer de esta etapa… El camino parece ser más largo que aquel que cogemos por Doñana para llegar a tus plantas, todos aquellos que ansiamos perdernos en el infinito de tu mirada solidaria y maternal.