domingo, 17 de julio de 2011

MODOS DE LLEVAR LA VIRGEN


Por José Luis de la Rosa
Revista ROCIO nº 2 noviembre 1958

Cuando se visita el Rocío en sus fiestas grandiosas, sorprende y maravilla a todos el fervor, el entusiasmo y hasta el heroísmo con que los almonteños, los hijos predilectos de la Virgen, los que tienen la dicha de poseerla durante todo el año, se lanzan al asalto para tener el orgullo de pasearla sobre sus hombros en el tránsito triunfal de la Señora, Reina y Madre, por el Real del Rocío.

Su ejemplo conmueve. Enciende en las almas que los contemplan, un deseo incontenible de imitarlos, que sólo refrena el saber que esa dicha está reservada, en exclusiva, a los que vieron por vez primera la luz del día en Almonte o en la Aldea.

Pero hay muchos modos de llevar la Virgen. La Virgen la debe llevar el buen rociero impresa en todos los actos de su vida. Y de hecho es así: ondea sobre su solapa el escudo de su hermandad, que pregona al mundo entero que sus preferencia y sus amores están dedicados a la Blanca Paloma.

La lleva sobre su pecho, en medalla de oro, recuerdo de una efemérides jubilosa de nuestra vida; quién con la fecha de su nacimiento, prueba de amor de sus padres, que junto con el ser le marcaron ya su devoción; quién con el día de su primera Comunión, grabada a buril; quién con el día en que consagró a la Virgen Santísima del Rocío sus desvelos y sus afanes todos.

Ella preside nuestro hogar; se enseñorea en la mesa de trabajo, como compañera incansable de nuestras fatigas, y señala en el libro de nuestras devociones, en forma de estampa pequeña, nuestros fervores más frecuentes.

Pero hay otro modo de llevarla, que es el más conveniente, el más meritorio; como Señora de todos nuestros pensamientos, y como Reina de todos los actos de nuestra vida. Sin este modo de llevarla, el otro no tiene valor. Significará un esfuerzo inaudito, que maravilla y sorprende los ojos del cuerpo. Pero sin este otro, será esfuerzo vano y estéril, no constituirá mérito y, en suma, no será grato a los ojos de la Señora del Rocío, que parece que sonríe ante el entusiasmo y la generosidad de sus hijos,

Quizá a muchos sorprenda mi artículo, que encabeza el lema “Problemas Rocieros” con esta disquisición. Pero la verdad es ésta: mucho esfuerzo hace falta para que el Rocío y todo cuanto con él se refiere, marche con paso triunfal entre la multitud ingente y apretada, que nos observa y analiza.

El Rocío va extendiendo el área de su influencia. La Santísima Virgen del Rocío cada día se adueña de más corazones, que ansían servirla y honrarla. La Blanca Paloma de nuestros fervores cada vez levanta más alto el vuelo, y gana horizontes más dilatados y extensos.

Por todos ellos debe pasar la Virgen Santísima del Rocío en tránsito triunfal, pero sobre nuestros hombros, sobre los hombros curtidos de todos sus devotos, y no solamente en los días luminosos y brillantes del Rocío Hermoso, sino también durante todo el año.

Llevar a la Virgen en triunfo es pensar en ella, procurando que sea la dama de nuestros mejores pensamientos; llevar a la Virgen en triunfo es preocuparse siempre y en todo momento por sus problemas, arduos y difíciles todos, que están reclamando la fuerza de nuestros pechos; llevar a la Virgen es cooperar en la medida de nuestras posibilidades a su reinado: unos, con ayuda económica, otros, con su trabajo, y todos, con su entusiasmo, con su aliento, con su consejo o, al menos, con su conducta ejemplar.

No lleva a la Virgen sobre sus hombros, aunque en los días de la apoteosis y del entusiasmo popular, desgaje su humanidad en el esfuerzo, el que siembra entre sus amigos o en las esferas de su influencia la censura morbosa y disgregadora. No lleva a la Virgen el que niega su nombre, su prestigio y su influencia a la Hermandad, y su colaboración a los que cada día sacrifican por ella y por la Virgen su tiempo, su fama, su reputación y su dinero, sin otro norte que el reinado de esta Reina de las Marismas en las almas de sus devotos. No lleva a la Virgen, en fin, el que todo el año se olvida de Ella y levanta, en cambio, la bandera de su indiferencia, que es la peor de las traiciones.

No tenemos tampoco que luchar para llevarla. Para todos hay sitio y espacio suficiente. La Virgen nos regalará a cambio su mejor moneda de esta vida: la dulce sonrisa de sus labios delicados o el bálsamo consolador de su tierna mirada.

La Virgen del Rocío es su templo, su santuario. La Virgen del Rocío es el decoro y ornato necesario de su trono de Reina. La Virgen del Rocío es el esplendor de sus cultos, celebrados con la riqueza natural de la liturgia de la Iglesia, pero caldeados con el fervor y con la presencia de sus devotos. La Virgen del ocio es también todo cuanto la rodea para su servicio: su Obispo, el Reverendísimo Prelado, cuyo fervor y entusiasmo por la Santísima Virgen del Rocío es la mejor prenda de la eficacia de nuestra devoción; su Capellán, que cada día se levanta con el único pensamiento puesto en la universalidad de su reinado, y su Junta de Gobierno, celosa siempre del prestigio de la Hermandad y vigilante para mantener las puras esencias tradicionales de Almonte. Y finalmente, la Virgen del Rocío es también su Revista, bandera de su nombre, creada y nacida para todo esto, pero sobre todo para ser el instrumento humilde y sencillo, que utiliza la Santísima Virgen, para visitar y alentar a los que tanto la aman.
Tú eres buen rociero. Ya es una prueba el que este número llegue a tus manos. ¿Quieres llevar a la Virgen sobre tus hombros? Escoge tu sitio, el lugar de tus preferencias, el que haga más eficaz tus esfuerzos. Para ti tendrá siempre la Virgen del Rocío su mirada especial y delicada, y llenará tu alma de consuelos inefables.

José Luis de la Rosa