domingo, 22 de mayo de 2011

EN EL ROCIO ES MADRE



Por José MONTOTO
ABC Sevilla 2 de junio 1968

Porque lo quiso Dios, porque así convenía, se extendió por los campos y ciudades el culto a la Señora. Y porque Dios lo quiso, fue señalando Ella los lugares en los que deseó que estuviese su imagen de un modo permanente. Por montes y campiñas, por llanos apacibles y rientes y por altos picachos de la sierra, la Virgen, en prodigiosas apariciones, fue escogiendo los riscos o llanuras donde asentar sus tronos. Una serie de ellos acomodó en la altura, en las montañas. Se diría que Ella buscó muy altas cumbres desde las que poder contemplar el rebaño esparcido a sus pies. Se diría que la Virgen, sintiéndose emperatriz, puso en alto su trono para así presidir a sus súbditos fieles y estar atenta a sus necesidades.

En mis largos viajes por España visité numerosos santuarios marianos. Casi tocando s los cielos está Nuestra Señora en la Peña, de Francia. Sobre un gigantesco pedestal desde el que se domina vastísimo paisaje se asienta en Montserrat. Rematando gloriosamente una alta sierra se encuentra en La Cabeza, en término de Andujar. En la cumbre de un monte, en Guadalupe de Fuenterrabía. En elevada cueva, en Covadonga. Sobre altísima peña está en Alájar. Dominando una vasta extensión la encontramos en Tíscar. En la proa de la Sierra Morena, en término de Lora, en Setefilla. Y como en un prodigio de ascensión, en el sitio más alto de Andalucía Occidental, está Nuestra Señora de la Sierra, que se venera en Cabra.

Hay Vírgenes serranas: del Monte, Guaditoca, el Robledo... Las hay de las campiñas: la de Gracia, en Carmona; el Consuelo, en Utrera; la Merced, de Jerez; los Milagros, del Puerto... Y las hay marineras, que gustan sentirse arrulladas por las olas del mar: el Rosario, de Cádiz; la Oliva, de Vejer; de la Luz, en Tarifa... Y hay Vírgenes huertanas: así la Fuensantica entre naranjales, en paisaje de ensueño.

Son algunos santuarios exponentes espléndidos del arte y las riquezas. Otros tienen la gracia de lo humilde, claridades de cal, serenidad de ambiente campesino. Uno hay que es distinto a los demás: el Rocío en las marismas. El Rocío es todo luz. Aquella claridad es claridad del cielo. Por eso, porque aquello es trasunto de la Gloria, la gente fue acercándose, ganada por la fe y por el amor, y así surgió la aldea embrión de un pueblo.

La Virgen del Rocío es para vista, como para ser visto es todo el encantador ceremonial de esta fiesta sin par: la vistosa llegada de las hermandades; el rosario, que es la estampa más bella y de más colorido que puede contemplarse; la procesión, en ambiente caldeado por una devoción conmovedora que cuaja en entusiasmo singular... Todo es en el Rocío bello, aleccionador. Hay quienes no saben ver porque no saben mirar, o porque cuando miran están ganados ya por prejuicios. Es lo de la Semana Santa sevillana. Ni en ella ni en el Rocío se puede ver tan sólo lo accidental y lo episódico, sino el fondo, el sentido, la teología que encierran estas solemnidades y que quienes las sienten las viven con la más fervorosa emoción.

¿Qué es lo que hay en el fondo de esa algarabía de ruidos y de luces, de rezos y de coplas, de airosas “sevillanas” y oraciones devotas? ¿Qué, en esos caballistas de veloces carreras y qué en esas carretas de bueyes perezosos? ¿Qué, en esa abigarrada muchedumbre que va y viene afanosa, y que canta, y que reza, y hace del baile como danza litúrgica y al cante lo transforma en oración? Lo que hay en todo ello es el alma de un pueblo; hay una tradición muy venerable; hay acaso, sencillez e ignorancia en muchas almas, pero fe y entusiasmo inflamado de amor. Hay, en resumen, el alma de esta Baja Andalucía que aclama a la Señora con todo el corazón.

Si las Vírgenes de las altas montañas se me figuran emperatrices, esta otra del Rocío, en la inmensa llanura y a la orilla del mar, me habla de infinitudes: de un paisaje sin límites, grande como un trasunto de la Gloria, de un cielo que es inmenso, y de un mar infinito que en constante inquietud es fiel imagen de la vida misma, que es ansia incontenida y es afán.

El Rocío me habla de una Virgen que aquí se siente Madre más que Reina. Reina es por serlo Ella por su oficio de Madre de Jesús. Reina es por ser la reina de los cielos. Pero aquí en el Rocío, la veo con otro oficio que me consuela más: en el Rocío es Madre. Madre, como decimos en la Salve: de la Misericordia. Y siendo nuestra madre, y teniendo el oficio de ir derramando gracias por doquier, ¿quién, que vaya al Rocío, no vuelve enamorado de la imagen, del llano alegre y riente, de todo aquel conjunto que nos habla de gloria, de esperanza y de amor y de paz? 

José MONTOTO

A mi amiga Alejandra Brooks Serrano....

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