sábado, 4 de septiembre de 2010

CARTA ABIERTA: LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN DEL ROCÍO

Cristóbal Jurado Carrillo. Párroco de Niebla.

Diario “La Provincia”

26 de Mayo de 1918


Al muy lltmo. Sr. D. Juan F. Muñoz, Canónigo de Sevilla.


Muy ilustre señor: Al leer su artículo «La pelota en el tejado», inserto en el «Correo de Andalucía» el 25 de Mayo próximo pasado, me alegré, porque coincidía usted conmigo en que debe ser coronada canónicamente la popularísima imagen de la Virgen del Rocío, célebre en el condado de Niebla.

Y aunque no soy hijo de Huelva ni aún de la piadosísima Sevilla, en el orden de la naturaleza, no por eso dejo de serlo de la primera por la adopción y gracia de la fe cristiana y de la prescripción del tiempo, pues llevo muy cerca de treinta años de vida parroquial en Niebla, de la tierra de los choqueros, y en la Archidiócesis hispalense.

En gracia a estos títulos honrosísimos fui el primero que en mi esperpento literario «El traje de luces», en honor de la Virgen del Rocío, editado por la insigne Academia Bibliográfico Mariana, de la ciudad de Lérida en 1916, pedía por mediación de un pobre torerillo andaluz, Manolillo «el choquero», protagonista del cuento, discípulo del señor Siurot y del entonces célebre arcipreste, hoy obispo de Olimpo, al Eminentísimo señor Cardenal-Arzobispo de Sevilla, la Coronación canónica de la Virgen del Rocío, en recuerdo de la Asunción gloriosa de María a los Cielos.

Pero no hay cosa peor en este valle de lágrimas que ser curas villanos y pecadores, que dirían cervantistas, para que ni la diva fortuna se cuide de hacer germinar la diminuta semilla, y que sea preciso pasar antes, como en el caso de la Bernadita en Lourdes, por las pruebas del hierro y del fuego para llevar adelante la piadosa empresa. Y que se cumpla el dicho evangélico: «De que Dios se vale de las cosas despreciables para confundir a los fuertes.»

Y aquí viene como anillo al dedo lo de la constitución de una célebre junta, no tan célebre como las militares, para defender, no ya los garbanzos sino la justicia de la coronación de la Virgen del Rocío, como reina de los peregrinos del condado en esta vida terrenal.

Como principios de la gran empresa en manos de usted, por ser buenas manos, y además como hijo del célebre Condado, del cual, aunque mercenario, tengo hoy la llave, con las viejas tradiciones de sus notables condes y la Santa memoria de sus prelados, pongo con esta Epístola, ejemplares modestos por ser míos, de la «Historia de las Coronaciones de las Imágenes de la Virgen», de los «Derechos de María a ser coronada en sus Imágenes» de las «Coronas que deben ostentar las Imágenes de María con arreglo a su época»; y «Proyectos amplísimos para celebrar las fiestas de las Coronaciones en obsequio de los Reverendos Prelados y de las autoridades civiles con el Visto Bueno de la Academia Mariana de Lérida.

Con cuyos materiales no hay más que coser y cantar, o mejor dicho surcir solamente; pues en lo de cantar hay que tener presente, el dicho español: «Cuando el español canta, o lleva la procesión por dentro o no tiene una blanca».

Lo cual quiere decir que para cantar a la Virgen del Rocío en la gran plegaria de su coronación solemne, hacen falta algunos fondos, por lo cual comienzo yo enviando mi pobre, pero generosa suscripción, de cinco pesetas, como el pequeño óbolo de la viuda, al señor cura párroco de Almonte.

Y así siguiéndome los demás fieles devotos tendremos pronto lo del chistoso sainetillo andaluz.

«Cantaré, cantaré, porque hay viñas y olivares».

Resultando de todo esto, para gloria de María, que la historia del Santuario del Rocío cantará en su día, que un ilustre canónigo de Sevilla, hijo de la provincia de Huelva, y un modestísimo cura de Niebla, iniciaron el pensamiento de la Coronación solemne de la Virgen del Rocío, la más popular de la Archidiócesis hispalense y del célebre Condado de Niebla en la provincia de Huelva.

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