sábado, 21 de mayo de 2011

LEYENDA O REALIDAD HISTÓRICA


La primera versión escrita que de dicha tradición se conoce, es la recogida en la Regla de la Ilustre, Más Antigua y Primordial Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Almonte, de 1757 y que textualmente dice:
"Entrado el siglo quinze de la Encarnacion del Verbo Eterno, Un hombre que, ò apacentaba ganado, ò havia salido a cazar, hallandose en el termino de la Villa de Almonte en el sitio, que llamaban de la Rocina (cuyas incultas malezas le hacían impracticable à humanas plantas y sólo accesible a las Aves, y silvestres fieras) advirtio en la vehemencia del ladrido de los perros; que se ocultaba en aquella selva alguna cosa, que les movía à aquellas expresiones de su natural instinto. Penetrò aunque à costa de no pocos trabajo, y en medio de las Espinas hallò la Imagen de aquel sagrado Lirio intacto de las espinas del pecado, vio entre las zarzas el simulacro de aquella Zarza Mystica ìlesa en medio de los ardores del Original delito miró una Imagen de la Reyna de los Angeles de estatura natural colocada sobre el seco tronco de un Arbol. Era de talla, y su belleza peregrina. Vestiase de una túnica de lino entre blanca, y verde, y era su portentosa hermosura atractivo aun para la imaginacion mas libertina.

Hallasgo tan precioso como no esperado, llenò al hombre de un gozo sobre toda ponderacion, y queriendo hacer a todos patente tanta dicha, à costa de sus afanes desmontado parte de aquel cerrado bosque, sacò en sus hombros la Soberana Imagen à Campo descubierto. Pero como fuese su intencion colocar en la Villa de Almonte, distante tres leguas de aquel sitio el bello simulacro, siguiendo en sus intentos piadosos, se quedò dormido à esfuerzo de su cansancio, y su fatiga. Despertò y se hallò sin la sagrada Imagen, penetrado de dolor, bolviò al sitio donde la vio primero, y allí la encontrò como antes. Vino à Almonte y refiriò todo lo sucedido, con la qual noticia salieron, el Clero, y el Cabildo de esta Villa, y hallaron la Sta. Imagen en el lugar, y modo que el hombre les havia referido, notando ìlesa su belleza no obstante el largo tiempo que havia estado expuesta, à la inclemencia de los tiempos, lluvias, rayos de Sol, y tempestades. Poseidos de la devocion, y el respeto, la sacaron entre las malezas y la pusieron en la Iglesia Mayor de dicha Villa, entre tanto que en aquella Selva se le labrava Templo.
Hizose, en efecto, una pequeña Hermita de diez varas de largo, y se construyò el Altar para colocar la imagen, de tal modo que el tronco en que fue hallada le sirviese de peana. Adorandose en aquel sitio con el nombre de la Virgen de Las Rocinas"

La realidad histórica es muy distinta. Pero, para mejor entender los hechos, será bien que digamos algo acerca del lugar donde se alzó a fines del siglo XIII la ermita de Santa María de las Rocinas.

Estas tierras de Las Rocinas no constan ni aparecen en el repartimiento de Sevilla, cosa muy natural, puesto que eran parte del reino mudéjar de Aben-Mahafut de Niebla, reconquistado por Alfonso X en 1262.

Las Rocinas, cazadero reservado a la Real Corona, se constituye como tal después del repartimiento de Niebla, con limites muy imprecisos en 1267. Desde el siglo XIII al XVI este Coto Real conserva su primitivo nombre de Las Rocinas. Restringidos posteriormente sus términos, desde el mismo siglo XIII, por diversas regias donaciones, ya en las reales cédulas de Felipe II se denomina Coto Real del Lomo del Grullo y Las Rocinas, unificándose después el nombre para quedar en Coto Real del Lomo del Grullo.

Este cambio de nombre tiene su origen en la donación de la Madre de las Marismas que los Reyes Católicos otorgan a Esteban Pérez Cavitos, el 18 de Noviembre de 1476; ciertamente esta cesión significó para el Coto Real la pérdida de Las Rocinas. Andando el tiempo, el Concejo de Almonte, celoso del enclave de la ermita de Santa María de las Rocinas dentro de los linderos dados a la Madre de las Marismas, adquirió estas tierras por compra, en escritura pública de 23 de diciembre de 1582, confirmada por otra de 29 de marzo de 1583.

No obstante todo esto, fue Fernando el Católico uno de los reyes que más se preocuparon por la guarda y conservación del Bosque y Palacios de Las Rocinas. En 1491 ordenó importantes obras en el palacio, que el rey encomendó al jurado de Sevilla, Nuño de Esquivel, según consta en una real carta de 12 de enero del mismo año.

Por otras reales cartas de 30 de abril de 1494 y 22 de enero y 9 de agosto de 1513, dictó diversas disposiciones y ordenanzas para la conservación del Real Bosque y de la guarda y veda de su caza, Carlos V, el Emperador, también se ocupó del Coto Real por cédula de 29 de octubre de 1518.

Felipe II, meticuloso administrador de todo, como consecuencia de ciertos informes del alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla, siendo todavía príncipe heredero, mandó en 1553 ampliar en una legua más en redondo los linderos del Coto Real.

Por la parte de Almonte, la linde quedó establecida a lo largo del arroyo del Algarrobo, corriente abajo, hasta entrar en el del Ajonjolí, quedando la ermita de Nuestra Señora de las Rocinas a la derecha y fuera de la llamada legua innovada.

Felipe IV estuvo en el Lomo del Grullo, de paso para su celebre visita al Bosque de Doñana, en 1624; también estuvo en el Lomo del Grullo Felipe V, en 1729, durante la estancia de la corte en Sevilla.

Así, con estos linderos, por decisión de Isabel II en pro de la Hacienda, fue enajenado de la Real Corona el Coto Real del Lomo del Grullo, y adquirido en 1850 por los Infantes Duques de Montpensier. Allí, en el Coto del Rey, pasó largas temporadas la condesa de París, doña María Isabel Francisca de Orleáns y Borbón, que, con sus hijos, fue figura y signo de toda una época de la historia rociera.

Sin duda alguna, Alfonso X el Sabio, creador de este coto de caza, frecuentó durante sus muchas estancias en Sevilla, su Cazadero Real de Las Rocinas; no es fácil afirmarlo de sus sucesores Sancho IV y Fernando IV.

El más constante cazador en Las Rocinas fue Alfonso XI. Hemos de tener presente que don Alfonso el Onceno, desde que a los dieciséis años, en 1327, siendo ya rey, viene por vez primera a Sevilla, hizo de esta ciudad centro principal de su vida; y esto, no solo por su importancia y por su proximidad a la frontera morisca, sino porque en Sevilla tenía su amor: doña Leonor de Guzmán.


Clara prueba de ello nos la ofrece su Crónica en ocasión de la guerra con el Rey de Portugal. En 1337. estando en guerra con el rey de Portugal, desde Olivenza se vino don Alfonso enfermo a Sevilla. En el mes de julio, recobrado el Rey de su indisposición -dice Ortiz de Zúñiga-, volvió a campear contra Portugal entrando en el Algarve por el Condado de Niebla. La Crónica de don Alfonso el Onceno, más explícita, dice acerca de este hecho: El Rey había enviado a llamar los concejos de Écija, y de Córdoba, y de Carmona, y de Jerez, y algunas gentes del obispado de Jaén; y desque fueron todos allí juntos, el Rey salió de Sevilla y fue a San Lúcar del Alpichín, y otro día fue a Villalva,  de Niebla, y de alli fue a correr montes a unos sotos muy grandes que dizen las Rocinas. Y estas jornada tomava el Rey en estas tierras porque los suyos que avian de ir con el pudiessen salir y alcançarlle.

El ejército, la hueste, se movía más despacio, y el Rey llevado de su pasión cinegética, quiso aprovechar este buscado compás de espera para ir con los caballeros de su casa y sus monteros, Diego Bravo, su montero mayor, y Martín Gil, Gotier Roiz, Pascual Pérez de las Rocas y otros, a fatigar sus sotos favoritos de Las Rocinas.

De acuerdo con el Estudio y Edición Crítica de Mª Isabel Montoya Ramírez, publicado por la Universidad de Granada en 1992, sobre el Libro de La Montería, Alfonso XI describia que:
"En tierra de Niebla ay vna tierra quel' dizen las Roçinas, et es llana, et es toda sotos, et ay sienpre et puercos. Et son de correr d´esta guisa: poner la bozeria entre vn soto et otro en lo mas estrecho, et poner el armada al otro cabo en lo más ancho".
Y a fuero de experimentado conocedor del lugar, nos explica que "Et non se puede correr esta tierra sinon en yuierno muy seco, que non sea lluuioso; et en verano non es de correr, porque es muy seca et muy dolentiosa".
Y añade el regio cazador, como quien bien lo conoce todo: "Et señalada mjente, son los meiores sotos de correr cabo un yglesia que dizen Santa María de las Rocinas, et cabo otra eglesia que dizen Santa Olalla...."

Estudios fehacientes prueban que este libro es obra de Alfonso XI y sus monteros, y en él se recogen a más de datos y textos anteriores, las experiencias del propio Rey, de su montero mayor, Diego Bravo, y de Martín Gil. El comienzo de su redacción puede datarse en los años 1340-1341 y su terminación hacia 1348. Naturalmente, las noticias en el libro recogidas son, como es de razón, de fechas muy anteriores.

De ello se deduce la existencia de la iglesia de Santa María de las Rocinas en el año 1337, en que, Alfonso XI va de montería a Las Rocinas.

Pudiéramos retrotraer esta noticia de la primera visita de Alfonso XI a Las Rocinas y, por tanto, la existencia del santuario hasta 1330-1331, años en que Alfonso XI hizo su primera larga estancia en Sevilla. De todos modos, se puede afirmar en base a los estudios realizados por investigadores de la talla de Infante-Galán, que en el primer cuarto del siglo XIV existía ya el santuario e imagen de Santa María de las Rocinas, esta misma imagen que ahora veneramos y en este mismo lugar desde los últimos años del siglo XIII.

Alfonso X, creó para si y para la Real Corona este cazadero de Las Rocinas, y fue con asiduidad a montear estos sotos.

El rey, que según el Infante don Juan Manuel, su sobrino, mandó hacer muchos libros buenos sobre el arte de la caza, fue tantas cuantas veces pudo a montear los ya entonces famosos sotos de Las Rocinas.

La primera y primitiva ermita de Santa María de las Rocinas fue edificada, y colocada allí la imagen de la Virgen, por orden de Alfonso X el Sabio, entre 1270 y 1284, (según Infante-Galán) al mismo tiempo que el rey don Alfonso se preocupaba en la edificación de la iglesia de Santa Ana, de Triana, cuya imagen titular, donación del propio rey, tantas semejanzas guarda en su rostro con la imagen de Nuestra Señora del Rocío.

A la par, se supone que fue igualmente levantada la ermita de Santa Olalla o Santa Eulalia, próxima a la laguna de su nombre, (et cabo otra eglesia que dizen Santa Olalla....) que era a su vez uno de los santuarios e imágenes de la Virgen que Alfonso X, tan ferviente devoto de la Madre de Dios, repartió por los lugares de su mayor frecuentación.

La casa del guarda que actualmente se encuentra en dicha laguna, dentro de los límites del Parque Nacional de Doñana, se supone construida sobre lo que algún día fuera aquella ermita dedicada a Santa Eulalia, que los árabes fonéticamente pronunciaban Shant Ulaya, que con variantes ha llegado hasta nuestros días como Santa Olalla.

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