sábado, 21 de mayo de 2011

LOS TAMBORILEROS DEL ROCIO



Por Fray Sebastián de Villaviciosa
Revista ROCIO febrero 1962


Acordó el Señor la creación del mundo, y un día de los siglos imposible de calcular, sus labios pronunciaron las palabras omnipotentes que lo sacaron de la nada: “Que se haga la luz, que las aguas, los aires y la tierra germinen sus frutos..” La variedad de pájaros, peces y flores fue ya consecuencia natural de la infinita fecundidad de la palabra de Dios. Así también otro día, ya del siglo XV, la Madre de Dios quiso su Rocío como centro de atracción para salvar a los hombres en el tiempo y en la eternidad. La variedad de emociones en las fiestas rocieras fue ya sencilla consecuencia del querer casi omnipotente de la Blanca Paloma.

Nadie sabría decirnos cuándo las estrellas comenzaron a distinguirse de los luceros, ni cuando las primeras rosas se multiplicaron en sus diversos matices. Ni tampoco sabe nadie cuándo en las fiestas rocieras se fueron perfilando los diversos actos de su liturgia popular; quién dispuso el Rodeo y cuándo aparecieron los tamborileros, elementos esenciales en la fantástica romería, porque son los que le echan la sal a montones y me ponen a las criaturas a punto de caramelo.

Yo creo que los tamborileros aparecieron solos en el Rocío, al hacerse necesaria su figura y su música en las fiestas reales y campestres sin artificio de cosa estudiada, abierta al sol y a los aires del mar y la tierra.

Como la sal al pan, al Rocío de la Virgen le son absolutamente necesarios sus tamborileros, de estampa inconfundible con los de otras regiones. Ellos mismos no se conocen cuando tocan en otras romerías; en la suya, parecen fundidos en bronce, insensibles al sol, al sueño y al cansancio. Misterio éste puramente rociero; como hombres d carne y hueso tienen la resistencia de aquellos titanes de la mitología clásica. Con cuatro “cabezás”, como suele decirse, y atienen cuerda para rato, para esas interminables horas de constante tocar en su misión de espolear la alegría, sostener el ritmo del baile y tenerme a las criaturas en tensión de Rocío mientras dure la fiesta.

Los tamborileros de la Blanca Paloma tienen el rumboso título de beneficiados organistas en la catedral del Rocío, y tan orgullosos están de su beneficio, que no lo cambiarían por el de organista de la Catedral de Sevilla. Son los caballeros cubiertos ante la Reina de las Marismas, la única realeza verdad, después de la de Cristo, que hubo siempre en Andalucía, y por eso el mirarlos como a algo íntimo de la hermosísima Señora. En la expectación rociera de todo un año, con su aparición en los pueblos, tienen el carácter de profetas que anuncian el minuto de la realidad. También tiene algo de Arcángel San Gabriel, por su alegre misión de anunciar el Rocío de María Santísima.

La aparición de los tamborileros en los pueblos que pertenecen al imperio de la Blanca Paloma tiene todo el carácter de acontecimiento soñado con inquietudes de tardanza, porque si hasta entonces el deseo era llama, ellos lo convierten en hoguera con su música inimitable. Las luces del Rocío brillarán ya en los pueblos hasta el momento de comenzar la marcha, para espabilar a los dormidos y sostener la ilusión de los despiertos.

Con la filigrana de su música inconfundible, los tamborileros escriben en el aire caliente de mayo el mensaje de flores que la Blanca Paloma manda a sus devotos llamándolos a su Rocío, del que son los más expresivos pregoneros. Sin leyes escritas que definan su cargo, todos son iguales en el desempeño de su misión pregonera. Hasta su tipo físico se ajusta a un canon sin acuerdo: Delgados siempre; los excesivamente altos y gruesos, se excluyen solos al faltarles vocación; porque también para tamborilero del Rocío, como para fraile, se necesita vocación, que quiere decir, llamamiento. Un día los llamó la Virgen y ellos respondieron orgullosos de tan alta dignidad.

Ningún cambio social o político alteró sus maneras de ser, por muy profundas huellas que dejaran en la vida. Nacieron como son hoy, y mejor, como los quiso su Reina. Pasaron por los siglos y los tiempos sin que los tiempos y los siglos pasaran por ellos, como si pesar sobre su cargo una especie de ritual consagración en el sentido humano de la palabra: En un conjuro y como divino sortilegio de monte y marisma, de agua y de sol, de juncos y romero, una graciosa bendición de la Blanca Paloma le embrujó el tamboril, mientras del Divino Pastorcito le encantaba la flauta. Podrán tocar en otras romerías, y lo hacen, pero nunca como en aquella para la que fueron “consagrados” en conjunción el monte con la marisma.

Sin conocer las normas estéticas de la armonía, ni entender de claves y sostenidos, bordan con su inspiración tan concertados arpegios, que yo he visto a un compositor vasco de fama nacional irse tras ellos sin cansarse de escucharlos. En fiestas reales abiertas a los aires del campo, como son las del Rocío, se imponía la Marcha Real con perfil campestre, y aquí está su arte y su secreto: cuando la tocan en la ermita, parece como que bordan en el manto de la Virgen las flores de lis de la realeza española.

En cada estampa rociera los tamborileros tienen su justo sitio escogido desde siglos por admirable instinto: delante de la carreta del Simpecado cuando va camino de las marismas; precediendo a la Hermandad cuando se dirige a la ermita... Van entonces como abriendo camino de flores a la Blanca Paloma.

Fue emocionante la “consagración” especial de un tamborilero como de quince añillos, a quien su abuelo, ya achacoso, le cedía el cargo. El muchacho era fino, moreno y con el pelo negro y rebelde. Llegaron al atrio de la ermita, el abuelo tocó por un breve espacio y por última vez la música de sus amores, entregando el tamboril y la flauta al nietecillo, que entró en la ermita tocando, hasta llegar al altar, donde se puso de rodillas. Se adivinaba la sonrisa de la Blanca Paloma y la bendición del Pastorcito al nuevo tamborilero de su Madre.

De acuerdo con los sentimientos maternales de la Virgen, bien pudiera ser que a la muerte de un tamborilero el Ángel del Rocío lo espere a las puertas del Cielo, le ponga en las manos tamboril de flores y estrellas, y tocando l música de su ilusión llegar hasta el trono de gloria donde en el Cielo triunfa la Reina y Pastora de las Marismas.

Fray Sebastián de Villaviciosa

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