jueves, 2 de septiembre de 2010

A MAYOR GLORIA DE DIOS Y DE LA BLANCA PALOMA

Por José García López

Revista ROCIO octubre 1959


El día 4 de Julio de 1958 sufrió mi esposa un fuerte ataque de reuma articular agudo, con gran inflamación de brazos y piernas, manos y pies, especialmente éstos, que la imposibilitaron en absoluto. Cuando parecía que iba mejorando, se le presentó un agrave complicación de corazón en forma de terrible “arritmia” o descompensación, y la consiguiente presión arterial. El electrocardiograma y la auscultación de los especialistas confirmó todo esto.


Estaba postrada en cama y el más pequeño movimiento le producía agudos dolores y el corazón parecía que se le iba a salir por la boca como comúnmente se dice. Ninguna postura era cómoda, y se pasaban los días y los días amontonando medicinas, y varios médicos intentando atajar los procesos de un mal, contra el que empezaban a sentirse impotentes; y al fin llegó lo peor, en forma de una tercera y terrible complicación. Las medicinas tomadas para curar el reuma y el corazón, habían producido una gastritis aguda, y tal era la intolerancia, que su estómago no admitía alimentos de ninguna clase. Ni aún el agua, con ser magnífica (pues por prescripción de los médicos nos habíamos quedado en el precioso y cercano pueblo de Gerena, donde el clima fresco y excelente agua de sierra nos habían llevado a veranear desde varios años antes) ni aún el agua digo, podía tomar sin devolverla con agotadoras náuseas. Pasaron los días y fue de mal en peor en todo, pues al devolver los alimentos producía tal alteración en su estado y tan grande agitación en el corazón ya de por sí muy alterado, que nos parecía que en una de esas se iba a quedar. Había días que se le repetía los vómitos 8 y más veces. Sólo hablar de comidas en su presencia, intentar llevar a su boca la más pequeña fruta, leche, etc., suponía náuseas mortales que la dejaban agotada horas y horas. Terminamos por no encender, ni guisar, para que los olores de la cocina no la molestasen. Y así llegó el sábado día 30 de Agosto. Salí a las seis de la mañana para Sevilla para ver una vez más a los médicos especialistas, traer nuevas medicinas y buscar remedio en el Cielo, ya que en la tierra no lo había. Una egregia y noble señora, cuyo nombre no me está permitido decir, pero que por su Real Estirpe viene de muy antiguo unida en apasionada devoción por la SANTÍSIMA VIRGEN DEL ROCIO, compadecida de verme sufrir sin remedio, me prometió traerme una botella de agua del pozo que hay frente a la Capilla de la Virgencita, y al mediodía me la entregó con estas palabras: “Pepe, Teresa y yo hemos pedido a la Virgen esta mañana que devuelva la salud a Maruja y dile que con toda devoción tome esta agua que será su mejor medicina”. A las seis de la tarde volví a Gerena, hallándola en el grado máximo de postración. Le hice como varias cucharadas de agua y un poco de alimento que devolvió. Por segunda vez repetí, pues me dijo que a pesar de haberla devuelto sentía como un “calorcito” en el estómago. Esta vez quedaron agua y alimento en el estómago por primera vez en 18 días. Serían las 7 de la tarde y a las 9 llegó el excelente doctor y amigo D. E. S. N., acompañado del practicante y también amigo D. J. C. M. Traían aparatos para auscultar y tomarle presión, etc., lo que el Sr. S. N. Hizo con todo detenimiento e interés. Tras una prolija exploración se puso de pie y ante nuestro asombro, dijo: “Amigo, su señora no tiene nada, absolutamente nada, ni de corazón, ni de estómago, ni señales de reuma. Que mañana domingo tenga yo el placer de verles en misa de ocho, dando gracias a Señor. Señora, Vd. Puede hacer su vida normal y comer de todo, pues vuelvo a repetirle que no tiene nada. El corazón late a ritmo perfecto, su pulso y presión arterial son correctos y póngase de pie y ande para que vea que ya no tiene dolores reumáticos. Le voy a mandar como toda medicina un supositorio, por si el estómago, pero no creo que le haga falta. Si lo hay en el pueblo, póngaselo, pero no hace falta que se moleste en pedirlo a Sevilla en caso contrario, pues ya le digo y le confirmo que no creo haga falta”.


Yo entonces conté al Doctor que la prodigiosa curación era obra del agua de la VIRGEN DEL ROCIO, que había tomado dos horas antes. Ninguno de los cinco médicos que la habían tratado se explicaban tan repentina y absoluta curación, dadas las graves complicaciones que la aquejaban. Al día siguiente, domingo, desayunó normalmente y con gran apetito; al mediodía ayudó a Paqui, nuestra muchacha, en la cocina, pues teníamos invitados que venían de Sevilla a verla y por la alegría de su curación quedaron en casa hasta el día siguiente. Por la tarde, ante el asombro del pueblo entero, fuimos a misa, subiendo a pie la áspera cuesta de la calle de la iglesia. Después merendamos y por l anoche cenó con gran apetito, tomando incluso un poquito de Jerez moscatel. Paseamos por el pueblo e incluso cerca de la una de la noche tomamos café y unos dulces en un bar.


Y así ha seguido con toda normalidad, sin recaída alguna y con mejor salud que antes de caer enferma, hasta este momento en que agradecidísimos a la VIRGEN DEL ROCIO proclamamos a los cuatro vientos lo que consideramos un gran milagro de la BLANCA PALOMA.


¡Virgencita nuestra, en nuestros corazones tienes humilde pero perenne altar, y al pedirte no nos olvides en los momentos tristes y desesperados que tanto abundan en esta miserable vida, queremos con nuestro mejor amor y más pura devoción hacer llegar a todo el mundo este prodigio para mayor GLORIA TUYA!


José García López

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