martes, 7 de septiembre de 2010

REINA Y MADRE

Por José Montoto

ABC Sevilla 25 de mayo 1969


La Virgen. He aquí el amor más hondo y sincero de las gentes de España; el más hondo y sincero de las gentes del Sur; del Sur, que es todo entero de la Virgen, porque en Andalucía reina Ella sobre el trono de gloria de muchos corazones que le rinden honor. La Virgen, con mil nombres distintos, todo bellos y ungidos de poesía, tiene cortes diversas en preciosas ermitas, en magníficos templos, en viejas, centenarias catedrales.


Dicen algunos espíritus mezquinos que hay exageración en ese marianismo. Les parece que es cosa exagerada que en una misma iglesia haya tres, cuatro, cinco imágenes distintas de la excelsa Señora con títulos diversos: el Carmen, los Dolores, la Merced, el Rosario... a más de aquella que lleva el título de Patrona local. Quienes opinan esto no se fijan en que también guardamos fotografías distintas de nuestra madre en diversas etapas de su vida: de soltera, de madre joven, de mujer ya cuajada, de señora mayor... Y cada una de ella nos sugiere un periodo de su vida, un episodio único, un recuerdo distinto.


La Virgen en sus advocaciones nos habla de mil cosas muy bellas y episódicas que son como relieves de aquella cosa grande que es inmutable y única: de ser Madre de Dios y Madre nuestra. Una madre a la que vestimos de diversas maneras y a la que conferimos títulos variados, pero que es en esencia una tan sólo: Santa María Virgen. Sentada en rico trono, de pie erguida y gallarda, con el Niño en los brazos, con cetro y con corona, como Reina del mundo y Emperatriz del cielo, es una y es la misma, aun siendo tan distinta en trajes y actitudes. Sus nombres son poéticos y bellos: del Monte, de la Sierra, del Camino o la Fuente, de la Luz, del Consuelo, de Gracia, de Esperanza... o, como la de Almonte, del Rocío.


El rocío, que no es lluvia, no es sequedad tampoco; es discreta humedad deliciosa que da vida a las plantas, que constela de perlas las hierbas de los campos. Ella es como un regalo de los cielos que da al campo hermosura y esplendor. La Virgen del Rocío es todo eso. Su intensa devoción es a modo de un riego que cae sobre las almas de esos buenos honrados almonteños y sobre los devotos de toda esta región.


No hay, lector, no es posible que exista exceso alguno ni haya exageración en honrar a María a la manera andaluza: con largueza, con lujo, con rumbo y despilfarro; no es posible que en ello se peque nunca por carta de más. La devoción a la Virgen no es tan sólo un impulso que nazca en nuestros corazones, sino que es la obediencia a un mandato de Dios. Fue en el Calvario en donde Jesús dijo a María señalando a San Juan: “He ahí a tu hijo”. Fue enclavado en la cruz cuando a San Juan dijo Nuestro Señor: “He ahí a tu Madre”.

Ella, María Santísima, que es como la aclamamos en mi pueblo, es la Reina de toda esta región. En unos santuarios hay peregrinaciones de carácter local, otras revisten el carácter de comarcal, y esta otra del Rocío es interprovincial, es regional y casi yo diría que nacional. En llanura sin fin, sobre un tapiz de hierbas que viste de verdor al campo entero, al arrimo de casas de sencilla andaluza arquitectura, se alza la iglesia nueva, relicario precioso de tan insigne joya. Y esa joya preciosa, refulgente de gloria sobre trono de plata, sale el día de su fiesta a regalar a todos con su dulce sonreír.


Hace ya medio siglo que un día fue coronada de oro y pedrería. Vuelven hoy a ceñirle esa corona, que supone riqueza generosa. Pero tiene algo más que oro precioso, porque es que la corona va nimbada de un efluvio de amor y de total entrega. Y al pasar en triunfante apoteosis la Virgen del Rocío por la llanura, será, como decimos en la Salve, Reina y Madre de todos, porque fue concebida sin pecado y fue Madre de Dios.

José MONTOTO.

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