sábado, 13 de agosto de 2011

EL VESTIDO DE LA VIRGEN DEL ROCÍO


Los últimos años del siglo XVI inician el momento decisivo en el proceso de evolución de la devoción rociera, hasta llenarse de un profundo contenido Mariológico y de espiritualidad. El primer paso en ese proceso evolutivo es la transformación de la imagen de la Virgen de las Rocinas para ser vestida tal como hoy, con ligeras variantes, la vemos y veneramos.
La imagen gótica de la Virgen, cambiados las ideas y gustos, no "decía" ya nada a los fieles, no respondía a los nuevos matices del concepto teológico y espiritual de la Iglesia, no era ya expresión de la función atribuida a la Madre de Dios, dentro de la nueva concepción de la vida cristiana en aquel período post-conciliar tridentino, momento de revisión de criterios y valores.
Por esto, la transformación de la imagen de Santa María de las Rocinas no es un caso aislado. En 1599 la Reina Doña Margarita de Austria, esposa de Felipe III, ofrendó a la Virgen de Guadalupe el rico vestido que había llevado en su boda, celebrada el mismo año en Valencia. Más próxima a nosotros en el espacio, pudiéramos citar la Virgen de Gracia, Patrona de Carmona; y en la misma Sevilla, entre otras innumerables, Nuestra Señora de la Hiniesta, Patrona de la Ciudad, y la Virgen de la Merced, también gótica, hoy venerada en el convento mercedario de la Asunción; y... hasta la Inmaculada de Montañés, de la Catedral, al filo del segundo tercio del XVII -1631- fue también vestida de ricas telas.
A Santa María de las Rocinas se la viste, pues, con traje de gran dama, a la moda española de fines del siglo XVI y principios del XVII.
Basándonos en el testamento de Dª Magdalena de Almonte, podemos afirmar que en 1631 ya se vestía con seguridad a la Virgen de las Rocinas, toda vez que en el mismo deja "a la ermita de nuestra señora de la rocina, en el camino de la villa de Almonte, una basquiña de damasco despiezada que yo tengo". (10 de Diciembre de 1631. A.P.S.leg. 2561, folios 801-804)

La moda femenina española de fines del siglo XVI y primeros años del XVII imponía un vestido de línea muy sencilla, graciosa y elegante; componíase de la basquiña, o, como la llama el famoso sastre de fines del siglo XVI, Juan de Alcega, cuerpo bajo, que era una falda acampanada, de amplísimo vuelo, cortada por la misma traza del manteo, llamada también con nombre muy gráfico, falda o basquiña de alcuza. Según la moda y el gusto de entonces, la basquiña no debía tener el más pequeño pliegue ni arruga; para conseguir esta lisura y rigidez no bastaba la consistencia del grueso brocado de que generalmente se confeccionaban estas prendas, para ello se ideó el verdugado, que era a modo de armazón de aros de forma cónica para ahuecar y mantener tensa la basquiña.

El busto se cubría con el jubón o corpiño, de cerrado escote y alto cuello, terminado con gorguera de finos encajes. Las mangas del jubón, ajustadas al brazo, se adornan de franjas transversales de pasamanería y llevaban puños o vuelillos del mismo encaje o puntilla de la gorguera. Sobre las del jubón se llevaba otras mangas, amplísimas, de las llamadas de punta o perdidas, que llegaban al filo mismo de la falda; forradas de gorgorán o de restaño, eran abiertas, y, prendidas en un punto, dejaban ver por su abertura, las mangas del jubón.

Estos ricos vestidos se hacían casi siempre en brocado; usábanse alguna que otra vez el damasco y el terciopelo en sus diversas clases, sobre todo el terciopelo abofellado. Famosos eran por su belleza y su perfección de tejido los brocados de Toledo y Sevilla; los cuales, a pesar de los adelantos técnicos, no ha sido posible conseguir la belleza y perfección de los brocados de las antiguas fábricas de Sevilla y Toledo.
La riqueza misma de las telas empleadas y también la sobriedad del gusto español hacían que el vestido, ya suntuoso por el briscado del tejido, no se recargase de bordados. La basquiña solía llevar como único adorno una franja central, a modo de ancho orofrés, que desde la cintura bajaba a partirse en dos, a uno y a otro lado, por el borde de la falda. El cuerpo o corpiño si se adornaba con bordados de gran realce, frecuentemente enriquecido de perlas y cuentas de coral y hasta de joyeles de pedrería. Ofrecen estos vestidos detalles de exquisito gusto estético, como esa serie de lazos, que, simétricamente colocados, simulan cerrar por su centro la basquiña.
Al vestir así a la Virgen de las Rocinas, el traje sufre pocas modificaciones. La gorguera, que de por si, según la moda, se alzaba bastante por la nuca, se prolonga y se adapta a la cabeza de la imagen en forma de cofia, con puntilla de encaje rodeando el rostro. Sobre la cofia se le pone un velo, el velo de las vírgenes, de tanto simbolismo y de tanta tradición en la Iglesia. El manto se le ponía, no como ahora cubriendo la cabeza, sino prendido en los hombros. La ráfaga es de uso algo posterior.
Desde entonces, el vestido de la Virgen del Rocío ha evolucionado algo, pero sin perder su línea y traza primitivas, y perfeccionando su adaptación, ganando en belleza y realzando los valores iconográficos de la imagen. A través de antiguas pinturas, grabados y algún que otro azulejo, podemos seguir, paso a paso, la evolución del vestido y de todo el atavío de la Virgen a lo largo de los tres siglos y medio transcurridos.
El vuelillo de encajes que rodea el rostro no tomó la forma definitiva del rostrillo hasta el último tercio del siglo XIX; los primeros fueron de puntilla de seda y oro; ganando con el tiempo en riqueza, luego se confeccionaron de tisú y bordados en oro, con alguna pedrería; el rostrillo llega a su forma definitiva al hacerse el actual, de metales preciosos y pedrería, sobrantes de la corona de oro con que fue coronada la venerada imagen en 1919.

Las amplias mangas de punta las conservó el vestido de la Virgen, con varios corte y estilo, hasta el último tercio del siglo XIX. Entonces, con otros gustos y perdida la memoria y traza del traje primitivo, las mangas de punta vinieronse a convertir en el actual mantolín.
Muy importante ha sido la evolución, a través del tiempo y de los estilos artísticos, del bordado en la saya o basquiña de la Virgen. Ya hemos visto que en los vestidos de fines del siglo XVI y principios del XVII la falda lleva como único adorno una gran franja central, que luego se reparte por el filo inferior de la misma. En el siglo XVIII conserva esa misma distribución decorativa de los espacios, pero conseguida con elementos propios del rococó. En el último tercio del XIX, el bordado de la saya toma un nuevo estilo, nuevo ritmo; brotados de un tallo-eje, roleos con hojarasca y flores estilizadas, se mueven llenando toda la falda. Dentro de este mismo estilo se ha mantenido el bordado de los vestidos posteriores.

El bordado del vestido ha influido en la visión y belleza de la imagen; la figura de la Virgen del Rocío está llena de empaque señoril, aumentada su rigidez por la rica y suntuosa mandorla. Con este nuevo estilo, las ágiles curvas del bordado equilibran un tanto la dureza de líneas. La imagen, desde un punto de vista estético, ha llegado a un perfecto equilibrio de masas, figura y color, todo de una insuperable valoración iconográfica mariológica.





 

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